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jueves, 6 de junio de 2013

BIOÉTICA: UN PUENTE HACIA EL FUTURO

(y 2)
    Tuvieron que transcurrir 17 años para que Potter publicara su segundo gran libro: Global bioethics, building on the Leopold legacy (Potter, 1988). Este mostraba desde la portada una concepción más amplia de la ética: “‘Bioética’: biología combinada con diversos conocimientos humanistas que originan una ciencia que establece un sistema de prioridades médicas y ambientales para una supervivencia aceptable...”. Potter sostiene que no pueden analizarse las distintas opciones médicas sin tomar en cuenta la ecología y los problemas de la sociedad a escala global. En referencia del mismo Potter, uno de los maestros que más le influyó fue T. Dobzhansky, un profesor de zoología en la Universidad de Columbia quien en 1958 destacó tres aspectos que serían determinantes en el pensamiento posterior de Potter: 1) no podemos apoyarnos en ninguna ley biológica para asegurar que nuestra especie continuará prosperando o continuará existiendo; 2) la especie humana es el único producto de la evolución que sabe que ha evolucionado y continuará haciéndolo; y 3) depende de la sabiduría colectiva proporcionar el programa para el desarrollo evolutivo que la naturaleza no ha desarrollado (Benavides Plascencia 2012: 20).

    A lo largo del libro Potter resalta también la importancia de la “ética de la tierra” propuesta por Aldo Leopold en 1948 y que continúa siendo válida. Cuando Leopold menciona tierra, se refiere “… no solamente al suelo; es una fuente de energía que fluye a través de un circuito de suelos, plantas y animales…” (Potter, 1988). Aldo Leopold, remarcó la importancia de la salud de los ecosistemas y de la biósfera en general para la supervivencia humana. Estas proposiciones lógicas de Leopold son reconocidas por todos aquellos preocupados hoy por la relación hombre-ecosistema. 

    En este segundo libro, Potter profundiza en el concepto de supervivencia. Considera que este término no puede utilizarse sin adjetivos que lo califiquen. Por ello, sugiere cinco categorías de supervivencia: “básica”, “miserable”, “ideal”, “irresponsable” y “aceptable”. La básica implica sólo disponer de alimentos y albergue, como en las culturas de recolectores y cazadores. La miserable implica la vida al borde de la inanición y de la muerte por enfermedades principalmente infecciosas. La supervivencia ideal puede darse a distintos niveles y ocurre cuando un porcentaje importante de la sociedad posee la seguridad económica, la información y el comportamiento ético para promover la salud. La supervivencia irresponsable es lo opuesto a la ideal;  representa el proceder irresponsable y la no preocupación por el presente ni por el futuro; es el proceder egoísta basado en los intereses de unos cuantos a quienes no les importa la salud de los ecosistemas; puede referirse a individuos, comunidades, corporaciones o gobiernos. La supervivencia aceptable es la basada en una actitud responsable hacia el individuo, la especie y la biósfera (Benavides Plascencia 2012: 21).

    En la relación del individuo con la sociedad Potter cree que, como ya apuntaba en el primer libro, hay que superar la ética de carácter interpersonal para conectarla con la bioética que contempla la relación del individuo con el resto de la comunidad biológica. Y aun es necesario ir más allá. Según Potter, la ética debe encaminarse hacia la supervivencia del planeta, en una ética global, unificada y holística, que posea un enfoque mundial.

     Dentro de la bioética global la mujer adquiere una importancia indiscutible, pues Potter considera que el énfasis en la ética de los individuos ha estado dominado por el punto de vista masculino. Pero las corrientes actuales en los estudios de género y la psicología feminista marcan un rumbo más acorde con los derechos humanos. Por eso, Potter propone la ética global basada en una combinación de derechos y responsabilidades en la que masculinidad y feminidad no son consideradas como mutuamente excluyentes. Potter termina el libro Global Bioethics en una perspectiva de futuro y de humildad, siempre en la buena línea del diálogo bioético:
 
    “… no es el tiempo de la arrogancia, urge una humildad que nos permita admitir que ninguno de nosotros sabe cómo ha de proceder la sociedad; la humildad que nos permita escuchar para utilizar los pensamientos de otros; y finalmente, una humildad que no sea sólo una máscara de incompetencia sino que esté dispuesta a medir su competencia sobre la línea, para cruzar los límites disciplinarios, criticar y ser criticado, y modificar una posición personal a través de la acción de un grupo interdisciplinario. Este enfoque global de la bioética es urgente para tratar algunos de los dilemas que actualmente encaramos…” (Potter, 1988).
 
    Es la “deliberación moral” o el método deliberativo que tantos frutos está dando en el diálogo bioético. Según Diego Gracia, “la deliberación inherente a todo proyecto específicamente humano tiene, pues, tres momentos: uno relativo a los hechos, otro a los valores implicados y un tercero a su realización práctica, es decir, a lo que debe o no debe hacer. Este es el momento propiamente moral, el relativo a los deberes. El deber moral es solo uno y siempre el mismo: realizar valores, y realizarlos lo máximo posible. La ética no trata de lo bueno sino de lo óptimo. De aquí se deduce que hay tres tipos de deliberación. Una primera es la deliberación técnica, que tiene que ver con los hechos del proyecto de que se trate. Otra segunda es la deliberación estimativa, relativa a los valores del caso. Y finalmente hay una tercera, la deliberación moral, cuyo objetivo es determinar los deberes en la situación concreta en que ha de tomarse la decisión. La deliberación moral es la más compleja, porque estos tres tipos de deliberación no se hallan articulados en paralelo sino en serie, de tal modo que la deliberación estimativa necesita antes de la deliberación técnica, y la deliberación moral no es posible si previamente no se han llevado a cabo las otros dos” (D. Gracia, 2011: 111).
 
    Ya no podemos seguir olvidando a Potter sin darle la relevancia que se merece en el ámbito de la bioética interdisciplinar global. Aunque muchas definiciones de bioética se han dado hasta el momento, parece oportuno dejar constancia de la más clásica, la que encontramos en la introducción a la Encyclopedia of Bioethics de 1995, 2ª ed., en la que siendo editor in chief Warren Thomas Reich, definió la bioética como  the systematic study of the moral dimensions—including moral vision, decisions, conduct, and policies—of the life sciences and health care, employing a variety of ethical methodologies in an interdisciplinary setting.” Esta definición sigue manteniendo la gran Encyclopedia en la 3ª edición de 2004. En español se ha hecho clásica esta traducción: “el estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto que esta conducta es examinada a la luz de los valores y principios morales” (Stephen G. Post, 2004, XI). Tratando de enriquecer esta definición, aun a riesgo de complicarla más, Francesc Abel (2001, 2007: 5-6) propuso la siguiente: “La Bioética es el estudio interdisciplinar (transdisciplinar) orientado a la toma de decisiones éticas de los problemas planteados a los diferentes sistemas éticos por los progresos médicos y biológicos, en el ámbito microsocial y macrosocial, micro y macroeconómico, y su repercusión en la sociedad y su sistema de valores, tanto en el momento presente como en el futuro”.
 
  Interesa recoger aquí la opinión de otro experto pues, a medida que pasan los años, se va constatando mejor la corriente dinámica de la evolución del diálogo bioético. Aunque admitía que “no es una tarea fácil tratándose de una disciplina que está todavía en desarrollo y cuyos límites son imprecisos”, Daniel Callahan, fundador y director del Hastings Center (y la revista The Hastings Center Report), en 1995, reconocía, aceptaba y justificaba la bioética como disciplina que se encuentra en la intersección de distintas ramas del saber, con estas palabras: “La palabra bioética, acuñada recientemente, ha pasado a significar más que un campo concreto de la investigación humana en la intersección entre la ética y las ciencias de la vida; es también una disciplina académica, una fuerza política en la medicina, en la biología y en los estudios del medio ambiente; también significa una perspectiva cultural importante. La bioética entendida en el sentido más estricto es un nuevo campo que surge como consecuencia de los importantes cambios científicos y tecnológicos. Entendida, sin embargo, en un sentido más amplio, es un campo de conocimiento que se ha extendido y que, en muchos ámbitos, ha cambiado algunos enfoques del conocimiento mucho más antiguos. Se ha extendido hasta los ámbitos del derecho y las políticas de gobierno; ha entrado en los estudios de literatura, historia y cultura en general; ha entrado en los medios de comunicación social y en las disciplinas de filosofía, religión, literatura; en los ámbitos científicos de la medicina, biología y medio ambiente, demografía y ciencias sociales” [tomada de Abel, 22007, 10; Llano Escobar 2001: 149]. En la 3ª edición de 2004 de la Encyclopedia of Bioethics encontramos el texto original:
 
    “The word bioethics, of recent vintage, has come to denote not just a particular field of human inquiry—the intersection of ethics and the life sciences but also an academic discipline; a political force in medicine, biology, and environmental studies; and a cultural perspective of some consequence. Understood narrowly, bioethics is simply one more new field that has emerged in the face of great scientific and technological changes. Understood more broadly, however, it is a field that has spread into, and in many places has changed, other far older fields. It has reached into law and public policy; into literary, cultural, and historical studies; into the popular media; into the disciplines of philosophy, religion, and literature; and into the scientific fields of medicine, biology, ecology and environment, demography, and the social sciences” (Daniel Callahan, 2004: 278-279).
 
    Este planteamiento de la bioética abarca tanto el concepto marcadamente medioambiental que Potter tenía de la Bioética en sus inicios como la perspectiva médica, ámbito en el que se situaría al comienzo el ginecólogo y obstetra André Hellegers (1926-1979) del Kennedy Institute of Ethics (Georgetown University, Washington). Pero, como recuerda F. Abel (22007: 37), “ambos suspiraban por una ética global”, según la terminología reciente de Potter. Con lo que se pone de manifiesto que las diferencias entre los pensamientos de André Hellegers y de Van Rensselaer Potter eran menores de lo que se pensaba. Hellegers, que partió de una Bioética Médica, evolucionó hacia una Bioética Global. El trabajo de Potter en la Bioética pasó desapercibido durante mucho tiempo. Tal vez porque su filosofía ecológica no fue conocida, comprendida o aceptada. Sin embargo, en el campo de la bioética medioambiental tiene más de 50 publicaciones. Potter no tardaría muchos años en introducir el concepto de “Bioética global”, como ya se ha indicado (Potter, V. R., 1988). Pues se quejaba, con razón, de que “la bioética hubiera sido acaparada durante la siguiente década por los comités bioéticos médicos que trabajaban en Centros de Bioética en el área clínica, tratando problemas de vida y muerte que son todavía controvertidos”. Como científico humanista beligerante y comprometido, propuso Potter un “credo bioético personal”, que se encuentra al final de su libro: “Bioethics, Bridge to the Future”.
 
    Potter tenía claro que la bioética como ciencia de la supervivencia debía ser algo más que una ciencia y por eso quiso llamarla bio-ética para destacar dos pilares básicos sobre los que debía fundamentarse: conocimiento científico (dirigido por la biología) y los elementos de las ciencias sociales y humanidades; también dio un peso importante a la filosofía como “amor a la sabiduría” (Quintanas, 2009: 3). Dice puntualmente Potter: “Yo soy de la opinión de que la ciencia de la supervivencia debe ser construida sobre la ciencia de la biología, ampliada más allá de sus fronteras tradicionales para incluir los elementos más esenciales de las ciencias sociales y humanidades, con énfasis en la filosofía en su sentido estricto, que significa ‘amor a la sabiduría’. Una ciencia de la supervivencia debe ser más que una sola ciencia y por consiguiente propongo el término bioética para poder enfatizar los dos más importantes componentes para lograr la nueva sabiduría que tan desesperadamente necesitamos: conocimiento biológico y valores humanos” (Potter 1971:2).
 
    Según opinión de Wilches Flórez, apoyada en otros autores, la función de la bioética puente se transformó en una construcción de puentes hacia cada una de las especialidades y de puentes entre las especialidades con el fin de desarrollar más a fondo una bioética global. La bioética puente fue la primera etapa en el pensamiento de la bioética. La segunda etapa fue la idea de bioética global, como una moralidad en expansión que resultaría de la construcción de un puente entre la ética médica y la ética medioambiental. El reconocimiento en la década de los noventa (del siglo veinte) de una serie de dilemas éticos ha llevado a reconocer que un puente entre la ética médica y la ética medioambiental no es suficiente. Se requiere el surgimiento de la bioética profunda. La bioética profunda demanda reflexión sobre las cuestiones de la  supervivencia humana a largo plazo en términos de naturaleza de la existencia humana. A Potter le preocupó la educación, a fin de  crear una sabiduría que enseñe cómo usar el gran conocimiento que ha ido adquiriendo el ser humano para que sea posible construir “un puente hacia el futuro”. Es decir el objetivo de la bioética sería el trabajar a favor de la supervivencia del hombre y el medio ambiente del que depende. Por eso se requiere una bioética global. Wilches Flórez concluye así:
 
    “Coincido con otros autores al pensar que la tarea actual de la bioética consiste en estimular el sentimiento moral de la humanidad para que crezca en admiración, amor y respeto por la vida para guiarla con el máximo de responsabilidad. El horizonte de la bioética no se puede restringir  a los valores morales que entran en juego en el área de la salud, o al de las investigaciones científicas en biotecnología o al de las ciencias ambientales, o al de las ciencias sociales, el horizonte de la bioética es todo lo anterior y mucho más; la bioética se expresa como transdisciplina que busca una convergencia de relación ética de todos los saberes en torno al cuidado de la vida del planeta, frente a una fragmentación de las ciencias en conocimientos inconexos que terminan en la pérdida del sentido humano, como también de mensajes de sentido que el mundo material ofrece al ser humano para la compresión de sí mismo y del mundo” (Wilches Flórez 2011: 79-80).

BIBLIOGRAFÍA:
  • D. Gracia, “Teoría y práctica de la deliberación moral”, en: L. Feito, D. Gracia, M. Sánchez (eds.), Bioética: el estado de la cuestión, Triacastela, Madrid 2011, 111.
  • Stephen G. Post [ed.] Encyclopedia of Bioethics vols. 1-5, Macmillan Reference USA, New York 32004, p. XI.
  • Francesc Abel, Bioética: orígenes, presente y futuro, Editorial MAPFRE, Madrid 2001 y 22007, 5-6.
  • Alfonso Llano Escobar, ¿Qué es Bioética? Según notables bioeticistas, 3R EDITORES, Bogotá 2001, 147-167.
  • Daniel Callahan, “Bioethics”, en: Stephen G. Post [ed.] Encyclopedia of Bioethics vols. 1-5, Macmillan Reference USA, New York 32004: 278-287, en especial 278-279.
  • V. R. Potter,  (1988). Global Bioethics. Building on the Leopold Legacy. Michigan State University Press, Michigan 1988.
  • V. R. Potter Bioethics. Bridge to the Future. Prentice Hall. New York 1971:2.
  • Ángela María Wilches Flórez. “La Propuesta Bioética de Van Rensselaer Potter, cuatro décadas después”: Opción, 2011; 27(66): 70-84.
  • Juan Ramón Lacadena Calero:


 

miércoles, 5 de junio de 2013

BIOÉTICA: UN PUENTE HACIA EL FUTURO

    (1)
     Cronológicamente el primer registro encontrado sobre el término bioética (Bio-Ethik) parece que corresponde al año 1927. Fue el pastor protestante, teólogo, filósofo y educador alemán, Fritz Jahr (1895-1953), quien utilizó este término  en el editorial de la revista Kosmos (1927; 21: 2-4): "Bio-ethik: Eine Umschau über die ethischen Beziehungen des Menschen zu Tier und Pflanze" (Bio-ética: una panorámica sobre la relación ética del hombre con los animales y las plantas). Inspirado en los famosos imperativos éticos de Kant, Jahr quería subrayar la importancia de un “imperativo bioético” que orientase correctamente nuestro comportamiento respecto de todos los seres vivos. Si bien no tuvo repercusión en las circunstancias políticas y morales de su tiempo -el nacionalsocialismo- los argumentos de Fritz Jahr de que la nueva ciencia y tecnología requieren, también, nuevas reflexiones éticas y filosóficas, pueden contribuir a la aclaración terminológica del concepto de “bioética” y, en este sentido, considerarlo como pionero (Wilches Flórez 2011: 71-72). 

    Por muchos años la bibliografía reciente reconoció a Van Rensselaer Potter (1911-2001) como el pionero que acuñó el término bioética en idioma inglés. Él concebía la nueva disciplina como un puente entre dos culturas, la de las ciencias y la de las humanidades, cuyo distanciamiento había sido denunciado en 1959 por el físico y novelista inglés C. P. Snow (1905-1980). Este último autor (con su libro The two Cultures and the Scientific Revolution) lamentaba la brecha entre científicos e “intelectuales literatos”. Para Snow, la ruptura de comunicación entre las ciencias y las humanidades y la falta de interdisciplinariedad es uno de los principales inconvenientes para la resolución de los problemas mundiales. Dada su formación científica y su cualidad de novelista de éxito, Snow estaba, inicialmente, en un buen lugar para plantear el debate sobre ambos tipos de cultura. Constataba, así, la separación en dos de la cultura occidental al indicar que su vida intelectual se estaba viendo cada vez más escindida en dos grupos polarizados: por un lado, los integrantes de la cultura humanística y por otro los científicos y tecnólogos (C. P. Snow 1977, págs. 14 y 21-25). Sin embargo, las críticas no tardaron en llegar por parte de Frank. R. Leavis, Lionel Trilling o Susan Sontag, entre otros. 

    La primera vez que utilizó Potter el neologismo “bioética” [bioethics, de βίος gr. 'vida' + ἦθος gr. 'carácter', 'comportamiento' + ikê gr. 'estudio'], fue en un artículo aparecido a finales de 1970: "Bioethics, the science of survival". Aunque la divulgación de esta expresión no llegó sino hasta 1971, cuando vio la luz su célebre libro Bioethics: Bridge to the Future, siendo significativa la dedicatoria del mismo a Aldo Leopold, quien mucho antes había introducido el concepto de “ética de la tierra”; de este modo, anticipaba la extensión de la ética a la bioética. Potter, un bioquímico y oncólogo con preocupaciones humanistas, publicó el primer libro de la historia que llevaba por título el término bioética. Este tenía el propósito de “contribuir al futuro de la especie humana promocionando la formación de una nueva disciplina: la bioética”. Potter justificaba su esfuerzo en el prefacio de la obra diciendo:

     “Hay dos culturas -ciencias y humanidades- que parecen incapaces de hablarse una a la otra y si ésta es parte de la razón de que el futuro de la humanidad sea incierto, entonces, posiblemente podríamos construir un puente hacia el futuro [es el subtítulo de la obra] construyendo la disciplina de la Bioética como un puente entre las dos culturas [...] Los valores éticos no pueden ser separados de los hechos biológicos”. Y, más adelante, en el capítulo primero, afirma: “La humanidad necesita urgentemente de una nueva sabiduría que le proporcione el conocimiento de cómo usar el conocimiento para la supervivencia del hombre y la mejora de la calidad de vida”.   

    Al conocimiento de cómo usar el conocimiento para el bien social, Potter sugiere denominarlo “ciencia de la supervivencia”. Además, establece que esta ciencia debe partir de la biología en su sentido más amplio e incluir los elementos esenciales de las ciencias sociales y de las humanidades, especialmente los de la filosofía. Más significativo aún es el título de su segundo libro publicado, Global bioethics, building on the Leopold legacy (Potter1988). Y todos los artículos que Potter publicó ahondaron sobre su visión de la bioética como un puente entre las ciencias y las humanidades al servicio de la salud humana a nivel planetario y de la protección del medio ambiente.

    Con esta nueva ciencia Potter quiere  llamar la atención sobre dos elementos íntimamente relacionados: los conocimientos biológicos (bios) y los valores humanos (ethos). Piensa que la ética humana no puede separarse de la comprensión realista de la ecología en su sentido más amplio, que se necesitan muchas éticas: de la tierra, de la vida silvestre, de la población, del consumo, una ética urbana, que promuevan la acción basada en valores y en hechos biológicos y sean por tanto parte de la bioética. Potter es de la opinión de que la supervivencia de un futuro a largo plazo descansa sobre la bioética. Esta implica la interacción entre personas y sistemas biológicos, mientras que en la ética tradicional la interacción sólo se daba entre personas. Por eso, Potter decía ya en el artículo de 1970: “Necesitamos de una ética de la tierra, de una ética de la vida salvaje, de una ética de población, de una ética de consumo, de una ética urbana, de una ética internacional, de una ética geriátrica, etcétera. Todos estos problemas requieren acciones basadas en valores y en hechos biológicos. Todos ellos incluyen la Bioética y la supervivencia del ecosistema total constituye la prueba de un sistema de valores. Bajo esta perspectiva, la frase ‘supervivencia del más apto’ es simplista y parroquial” (Potter 2001: 27). La idea original de Potter fue crear una nueva disciplina que permitiera reunir el ámbito de los hechos y de los valores, el dominio de las ciencias y el de las humanidades, a fin de buscar salidas que pudieran servir de guía en el complejo laberinto formado por la sociedad contemporánea, dirigida por la revolución científica e industrial. Dice Potter: “Como individuos hablamos del instinto para la supervivencia pero la suma total de los instintos individuales para sobrevivir no es suficiente para garantizar la supervivencia de la raza humana [...] Debemos desarrollar la ciencia de la supervivencia y debe iniciarse con una nueva clase de ética - la “bioética”. La nueva ética puede ser llamada ética interdisciplinaria definiendo interdisciplinariedad de una manera especial, que incluya las ciencias y las humanidades...” (Potter 1971).
 
    Ha de tenerse presente que la bioética surge en un momento en el que la distancia entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu todavía parecía insalvable. Surge precisamente como una urgente llamada a superar esta distancia, que se revelaba fatal para el desarrollo futuro del género humano y para el sostenimiento de las condiciones de vida en este planeta. Potter tuvo plena conciencia de la ambivalencia que define la sociedad industrializada y tecno-científica. Esta se caracteriza por “la contradicción esencial de poseer la capacidad de crear grandes recursos de todo tipo, mientras, paradójicamente, tanto el mundo humano como el medio ambiente siguen padeciendo dramáticos problemas de injusticia social, explotación económica y deterioro progresivo, e incluso irreversible, de la naturaleza” (Quintanas, 2009:1). No fue pura casualidad que la Bioética tuviera su origen en los Estados Unidos debido a los progresos médicos de los años sesenta del siglo XX y sus ambigüedades, de manera que pudiera establecerse un diálogo entre las ciencias de la salud y la ética que iluminara los conflictos de valores que los avances científicos podían producir. Al respecto, merece la pena recordar algunos textos de Potter: 
 
    “El hombre es el único producto de la evolución que sabe que ha evolucionado y que es capaz de tomar decisiones que puedan ayudarlo a sobrevivir, que es el primer requerimiento del progreso...” (Potter, 1971). 
 
    “[...] Depositemos nuestra fe no en la ciencia o en la producción solamente, sino en la búsqueda de la sabiduría, una sabiduría que reconozca las necesidades espirituales del hombre tanto como sus necesidades físicas; una sabiduría que conquiste por la fuerza de la persuasión, una sabiduría que fortalezca a cada miembro individual de la sociedad y que le permita fortalecer la sociedad en la que vive. Usemos nuestra tremenda capacidad de producción para producir las cosas que nos hagan más juiciosos en lugar de las cosas que nos hacen  débiles...” (Potter 1971). 
   
    Según Benavides Plascencia (2012), la formación científico-biológica del Dr. Potter, especialmente en el estudio del cáncer, le permitió enfocar el problema de los valores éticos en las ciencias biológicas y fundamentar sólidamente sus argumentos. En este sentido, “no debe extrañar que el legado de Potter de una bioética entendida como una ética para la vida, de carácter interdisciplinar y rubricada por un claro y consciente compromiso ético-político, con la meta fijada en la reconducción del destino global de los seres humanos y de la naturaleza de la que forman parte, haya sido reducido, sobre todo en la versión norteamericana, a una ética clínica basada en una serie de principios —beneficencia, no maleficencia, autonomía y justicia— cuyo propósito principal es solucionar los dilemas que surgen en la práctica cotidiana de la asistencia y la investigación médicas; con ello se ha desposeído a la bioética del carácter global con que la había definido Potter” (Quintanas 2009: 3). Pero, si la bioética es reducida a ética clínica, a pesar de tener su importancia innegable en el campo de la biomedicina, no se cuestiona el sistema social, cultural, político y económico, que es el que marca la deriva del mundo global. Si Potter le dio a la bioética un carácter global, con un claro compromiso casi beligerante, es porque sabía hasta dónde habíamos sido capaces de seguir la máxima baconiana de “saber es poder”. El “puente hacia el futuro” que debía erigir la bioética global que él preconizó, requeriría el desarrollo de un sistema ético, de base científico-humanista, y la fusión de la ética médica y la medio-ambiental a escala mundial. La bioética global debía favorecer, por tanto, la elaboración de una nueva cultura de la supervivencia, cuyo objetivo primario fuera el bien social, comenta Quintanas (2009: 4).
 BIBLIOGRAFÍA:
  1. Goldim, José Roberto. “Revisiting the Beginning of Bioethics: The Contribution of Fritz Jahr (1927)”, Perspectives in Biology and Medicine 2009; 52: 377-380.
  2.  Wilches Flórez, Ángela María. “La Propuesta Bioética de Van Rensselaer Potter, cuatro décadas después”: Opción, 2011; 27(66): 70-84.
  3. Snow, C. P. The two Cultures and the Scientific Revolution, Cambridge University Press, New York 71961; en español: Las dos culturas y un segundo enfoque, Alianza Editorial, Madrid 1977, 14 y 21-25; o Las dos culturas, Nueva Visión, Buenos Aires 2000.
  4. Potter, Van Rensselaer. “Bioethics, Science of Survival”: Perspectives in Biology and Medicine 1970; 14: 127-153.
  5. Potter, V. R. Bioethics. Bridge to the future. Prentice Hall, New Jersey 1971.
  6. Potter, V. R. Global Bioethics. Building on the Leopold Legacy. Michigan State University Press, Michigan 1988.
  7. Potter, V. R. “Bioética, la ciencia de la supervivencia”, en: Alfonso Llano Escobar, ¿Qué es bioética? Según notables bioeticistas 3R EDITORES, Bogotá, 2001, 27.
  8. Quintanas, Anna. “Reseña: V. R. Potter: una ética para la vida en la sociedad tecnocientífica”, en: Revista Electrónica Sinéctica 2009; 32: 1-5.
  9. Benavides Plascencia, Lilia. “Van Rensselaer Potter, pionero de la ética global”, en Reencuentro: Las revoluciones científicas y la educación superior 2012; 63(abril):18-22.
     
     
 
 
 

 


miércoles, 3 de abril de 2013

TENDER PUENTES

"Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así: El hombre es una cuerda tendida...sobre un abismo. Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y no un ocaso. Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que hundiéndose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado [...] Yo amo a quien no reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el espíritu de su virtud: avanza así en forma de espíritu sobre el puente [...] Yo amo a aquel cuya alma se prodiga, y no quiere recibir agradecimiento ni devuelve nada: pues él regala siempre y no quiere conservarse a sí mismo [...] Yo amo a quien justifica a los hombres del futuro y redime a los del pasado: pues quiere perecer a causa de los hombres del presente [...] Yo amo a aquel cuya alma es profunda incluso cuando se la hiere, y que puede perecer a causa de una pequeña vivencia: pasa así de buen grado por el puente [...] Yo amo a quien es de espíritu libre y de corazón libre: su cabeza no es así más que las entrañas de su corazón, pero su corazón lo empuja al ocaso. Yo amo a todos aquellos que son como gotas pesadas que caen una a una de la oscura nube suspendida sobre el hombre: ellos anuncian que el rayo viene, y perecen como anunciadores". (Friedrich Nietzsche, "Prologo de Zaratustra" (4), en: Así habló Zaratustra. Un libro para todos y para nadie, Alianza Editorial, Madrid 2012, 3ª ed., 49-51).
    No hay actividad mas bella que dedicarse a tender puentes hacia los seres humanos y, por qué no, hacia todo lo que nos rodea. En nuestros días los puentes son tan imprescindibles que marcan la diferencia. Cruzan empinadas montañas o peligrosos ríos, conectan fronteras y acortan distancias. Tenemos puentes de todos los tamaños y de los materiales más diversos. Hoy, la tecnología parece no tener límites si nos referimos a dimensiones, condiciones físicas y estéticas. Sin embargo, tender puentes siempre ha sido una tarea ardua. Somos ricos en redes sociales, pero muy pobres en enlaces.
    ¿Por qué no usar esta imagen de “los puentes”  para hablar del hombre y sus relaciones?, ¿qué se puede decir acerca de los puentes que nos lleve a ahondar sobre nuestra propia condición? Desde el punto de vista fenomenológico, nosotros mismos, nuestra propia existencia puede ser analizada bajo la figura del puente. "Tender puentes" ("let's bridge") es una preciosa metáfora de comunicación y acercamiento. El puente (del lat. pons, -tis) comunica, construye redes, abre espacios. Algunos creen que el puente, en cuanto que une dos orillas, nace con vocación de permanencia, tiene un cierto carácter de "indispensabilidad". Y cuanto más antiguo es, más historias recrea y más sabores acumula. El puente es algo que une, que permite el paso, que salva un obstáculo, que comunica. Si lo más característico del puente es la comunicación, interesa multiplicar o ensanchar los puentes. Precisamente para aumentar las posibilidades de diálogo, para hacer más fluido el tránsito entre unos y otros. Además, el puente implica un cierto "vacío", remite a un cierto "estar suspendido" en el aire, solo apoyado por dos o más pilares, tensores... Por ello, el puente es un lugar vulnerable, una construcción frágil. Por su carácter estratégico, muchas veces se convierte en objetivo militar para dominar o aniquilar al "enemigo". Quien lo ocupa se asegura una vía de comunicación privilegiada (Eduardo D. Rodríguez). 
    En un sentido mucho más amplio de la palabra, según Josep M. Albaigès Olivart, "el puente, de acuerdo con la intuitiva expresión indoeuropea, no sería ya un mero artefacto destinado a vencer la dificultad del paso de un río, sino algo más: el eliminador de obstáculos, el conector de culturas a través del esfuerzo humano consciente. Con lo cual el puente como ese punto de encuentro entre los dioses y los hombres cobra su significado, y resulta grato imaginarnos a nosotros, los ingenieros-pontífices, como los allanadores que hacen posible este contacto".
    ¿Cuál es la labor del puente? "Un puente une orillas. Y el puente se apoya por igual en las dos orillas. Y el tránsito se hace por igual en las dos direcciones. Si no existe permeabilidad, transparencia y escucha mutua, es imposible" la comunicación (Leandro Sequeiros San Román). Tender un puente significa estar abiertos al diálogo, al intercambio de opiniones. Implica hacer de mediador [Pontífice: del lat. pontĭfex, -ĭcis (pons-facio, literalmente “el que hace puentes”, el  "constructor de puentes")]  entre vertientes y orillas, saber integrar las márgenes –muchas veces opuestas- en un cauce ancho y fértil que sintetice los diferentes caudales que expresan este nuestro mundo plural. Es encontrar puntos comunes y establecer un cauce para mejorar la calidad de vida y de relaciones de todo tipo. 
    Por ejemplo, un autor, con conocimiento de lo que dice, ha podido afirmar: "es necesario poner en movimiento los resortes más profundos del ser humano: la sensibilidad estética, la solidaridad, el amor, la compasión, la responsabilidad, la alteridad. Sin ellas, veo muy difícil la posibilidad de establecer puentes entre la visión del mundo de la sociedad del conocimiento y la visión del mundo de las religiones" (Leandro Sequeiros San Román: Revista IGLESIA VIVA 2012; 248: 59-78). 
    Y, hace ya tiempo, J. L. Martín Descalzo manifestaba: "Pero hacer puentes -y, sobre todo, hacer de puente- es tarea muy dura. Y que no se hace sin mucho sacrificio. Un puente, por de pronto, es alguien que es fiel a dos orillas, pero que no pertenece a ninguna de ellas... Mas si el puente no pertenece por entero a ninguna de las dos orillas, sí tiene que estar firmemente asentado en las dos. No 'es' orilla, pero sí se apoya en ella, es súbdito de ambas, de ambas depende [...] Y, lógicamente, sale caro ser puente. Este es un oficio por el que se paga mucho más que lo que se cobra. Un puente es fundamentalmente alguien que soporta el peso de todos los que pasan por él. La resistencia, el aguante, la solidez son sus virtudes. En un puente cuenta menos la belleza y la simpatía -aunque es muy bello un puente hermoso-; cuenta, sobre todo, la capacidad de servicio, su utilidad. Y  un puente vive en el desagradecimiento: nadie se queda a vivir encima de los puentes. Los usa para cruzar y se asienta en la otra orilla. Quien espere cariños, ya puede buscar otra profesión. El mediador termina su tarea cuando ha mediado. Su tarea posterior es el olvido... A pesar de ello, amigos míos, qué gran oficio el de ser puentes, entre las gentes, entre las cosas, entre las ideas, entre las generaciones. El mundo dejaría de ser habitable el día en que hubiera en él más constructores de zanjas que de puentes..." (Razones para la alegría, Sígueme, Salamanca 1998, 29ª ed.,  cap. 32, 101-103).
    Hay que tender puentes, primero, hacia nosotros mismos: un puente de auto-respeto y auto-aceptación. Luego, un puente hacia los demás. En nuestro tiempo es casi un milagro encontrar a alguien que soporte el peso del otro de buena gana; al menos que quiera compartirlo. El puente hace honor a la resistencia, al aguante, a la solidez. Pero también a la vulnerabilidad en la comunicación.  Se ha dicho: "... los puentes son siempre una invitación a dejar una orilla para pasar a la otra. Los puentes son un desafío a que abandonemos lo conocido por lo desconocido... los puentes son como un llamado a crecer..”. “Para cruzar un puente debes hacer un acto de fe, debes creer que existe la otra orilla, y debes hacer un acto de abandono, dejando la orilla que conoces” (René Trossero, Kumelén, pág. 99). Los puentes son como ciertas personas: se reconoce su importancia cuando ya han desaparecido o cuando se han vuelto inservibles con el paso de los años. 
    Los humanos podríamos asemejarnos a los puentes móviles. Un puente móvil tiene la característica de moverse para permitir, normalmente, el paso de tráfico marítimo. Su  principal desventaja es que el tráfico en el puente debe detenerse cuando este comienza a moverse. Los puentes son fascinantes porque están diseñados para unir: masas terrestres, caminos y personas. Ser constructor de puentes es una profesión muy noble. Pero "ser puente" es una vocación de pocos. En definitiva, "ser un pontífice, término que tomo en su sentido etimológico: puente de enlace. Pontífice no es aquel que ocupa un puesto de honor, sino un puesto de amor. No tiene poder, ni lo detenta. Conoce muy bien la debilidad y la impotencia. No se pone a distancia de los demás, ostentando poderío, sino que está cercano para acoger como propias las causas perdidas de los demás. Ser pontífice es ser hacedor de puentes, de enlaces relacionales. Ser pontífice es ser experto en relación: en una relación de amor" (José Vico Peinado, ciudadredonda.org, 01-10-2009). 
    Esta sería, en síntesis, la filosofía que inspirará este blog: establecer plataformas de diálogo abierto y constructivo; dicho más llanamente, lanzar puentes es tejer relaciones con los demás y superar barreras respetando la diferencia. Y estos algunos de los verbos que nos acompañarán:   sentir, pensar, creer, actuar, acoger, escuchar, deliberar, proponer, celebrar...

martes, 12 de marzo de 2013

AMOR LÍQUIDO Y COMUNICACIÓN

Hoy a nadie sorprende hablar del "hombre sin atributos". Al carecer de atributos propios, ya sean heredados o adquiridos irreversiblemente y de manera definitiva, el hombre actual tendrá que desarrollar, por medio de su propio esfuerzo, cualquier atributo que pueda haber deseado poseer, empleando para ello su propia inteligencia e ingenio. Pero sin garantías de que esos atributos durarán indefinidamente en un mundo colmado de señales confusas, con tendencia a cambiar rápidamente y de maneras imprevisibles.
    He modificado algo las primeras palabras del Prólogo de Zygmunt Bauman (Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos afectivos, FCE, México-Madrid 2008). Este libro de Bauman "procura desentrañar, registrar y entender esa extraña fragilidad de los vínculos humanos, el sentimiento de inseguridad que esa fragilidad inspira y los deseos conflictivos que ese sentimiento despierta, provocando el impulso de estrechar los lazos, pero manteniéndolos al mismo tiempo flojos para poder desanudarlos" (págs. 7-8).
    "El héroe principal de este libro -nos cuenta Z. Bauman- son las relaciones humanas. Los protagonistas de este volumen son hombres y mujeres, nuestros contemporáneos, desesperados al sentirse fácilmente descartables y abandonados a sus propios recursos, siempre ávidos de la seguridad de la unión y de una mano servicial con la que puedan contar en los malos momentos, es decir, desesperados por 'relacionarse'. Sin embargo, desconfían todo el tiempo del 'estar relacionados', y particularmente de estar relacionados 'para siempre', por no hablar de 'eternamente', porque temen que ese estado pueda convertirse en una carga y ocasionar tensiones que no se sienten capaces ni deseosos de soportar, y que pueden limitar severamente la libertad que necesitan -sí, usted lo ha adivinado- para relacionarse....
    En nuestro mundo de rampante 'individualización', las relaciones son una bendición a medias. Oscilan entre un dulce sueño y una pesadilla, y no hay manera de decir en qué momento uno se convierte en la otra. Casi todo el tiempo ambos avatares cohabitan, aunque en niveles diferentes de conciencia. En un entorno de vida moderno, las relaciones suelen ser, quizá, las encarnaciones más comunes, intensas y profundas de la ambivalencia. Y por eso, podríamos argumentar, ocupan por decreto el centro de atención de los individuos líquidos modernos, que las colocan en el primer lugar de sus proyectos de vida" (pág. 8).
    Continua el autor: "Las 'relaciones' son ahora el tema del momento y, ostensiblemente, el único juego que vale la pena jugar, a pesar de sus notorios riesgos... [los] contemporáneos están dispuestos a la amistad, a establecer vínculos, a la unión, a la comunidad. De hecho, sin embargo..., la atención humana tiende a concentrarse actualmente en la satisfacción que se espera de las relaciones, precisamente porque no han resultado plena y verdaderamente satisfactorias; y si son satisfactorias, el precio de la satisfacción que producen suele considerarse excesivo e inaceptable..." (pág. 9).

domingo, 10 de marzo de 2013

SENTIRSE BIEN

Vicktor Frankl observó que la psicología había estado los últimos cincuenta años excesivamente cerrada en una preocupación: había centrado su atención casi exclusivamente en la mente y el cuerpo humanos. Frankl expresó su esperanza de que en los próximos cincuenta años se produjera una preocupación igual por el olvidado espíritu humano. Sabemos qué ocurre cuando la mente o el cuerpo son privados del alimento necesario; inexplicablemente, sin embargo, hemos ignorado el hambriento espíritu humano. Hemos silenciado selectivamente las persistentes preguntas del espíritu humano: de dónde venimos, qué somos y adónde vamos. El cuerpo y la mente son partes esenciales, interrelacionadas e interactivas de nuestra naturaleza humana, pero también lo es el espíritu.
    Nosotros, como humanos, no solo somos espíritus, almas necesitadas de salvación. También somos mente y cuerpo, y nuestro viaje por la vida estará lleno de sobresaltos si tratamos de ser espirituales sin tratar de ser humanos. La teología tendrá que incluir de alguna manera una consideración de lo humano, lo mismo que la verdadera psicología tendrá que atender a la parte espiritual del compuesto humano. (John Powell, Prólogo, en: Martin H. Padovani, Cómo sanar relaciones y sentimientos heridos, EVD, Estella-Navarra 2010). Es necesario reafirmar lo que dice este autor.
    Comenta J. Powell que Martin Padovani nos ayuda a vernos a nosotros mismos en las tres dimensiones: cuerpo, mente y espíritu. Y añade: "Él nos ayuda a entender la necesaria compatibilidad entre psicología y fe. Nos habla de una fe religiosa que ayuda: la que integra sentimientos y fe en una armonía total. Nos previene contra la fe religiosa que puede ser dañina... Como el autor, yo también veo que gran parte del sufrimiento humano es 'inútil'. Veo un cúmulo de sentimientos no expresados encarcelando a seres humanos torturados. Veo gente tratando de ser religiosa sin poner el mismo empeño en ser humana. Y, por supuesto, veo gente tratando solo de ser humana, como si la psicología fuera la única salvación. Ambas ilusiones pueden dar como resultado tristeza y desilusión".
   Aquí no hay vuelta de hoja. O nos sentimos "dueños" de nuestra vida o nos pasamos la vida "inculpando" a los demás de nuestras desgracias. Para ser dueños hemos de descubrir "el sentido del valor personal, que es la columna vertebral de la identidad humana y la base esencial de la alegría humana". Lo que presupone, en segundo lugar, tener un sentido de responsabilidad personal. En definitiva, según John Powell, "o aceptamos una responsabilidad personal por nuestras vidas, como dueños de nuestras acciones y reacciones, o echamos la culpa de ellas a los demás". Por el primer camino, entramos en contacto con nuestros espacios interiores, cada vez más profundos, encontrando un mayor cúmulo de satisfacciones. Por el segundo, vamos por la vida poniéndonos trampas y "deshaciendo entuertos". Quien insiste persistentemente en eludir la responsabilidad, acaba sintiendo el cansancio y el peso de la vida, limita seriamente su potencial de autoconocimiento y, por tanto, nunca se conoce a sí mismo. Es la conclusión de un maestro del espíritu.