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martes, 12 de marzo de 2013

AMOR LÍQUIDO Y COMUNICACIÓN

Hoy a nadie sorprende hablar del "hombre sin atributos". Al carecer de atributos propios, ya sean heredados o adquiridos irreversiblemente y de manera definitiva, el hombre actual tendrá que desarrollar, por medio de su propio esfuerzo, cualquier atributo que pueda haber deseado poseer, empleando para ello su propia inteligencia e ingenio. Pero sin garantías de que esos atributos durarán indefinidamente en un mundo colmado de señales confusas, con tendencia a cambiar rápidamente y de maneras imprevisibles.
    He modificado algo las primeras palabras del Prólogo de Zygmunt Bauman (Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos afectivos, FCE, México-Madrid 2008). Este libro de Bauman "procura desentrañar, registrar y entender esa extraña fragilidad de los vínculos humanos, el sentimiento de inseguridad que esa fragilidad inspira y los deseos conflictivos que ese sentimiento despierta, provocando el impulso de estrechar los lazos, pero manteniéndolos al mismo tiempo flojos para poder desanudarlos" (págs. 7-8).
    "El héroe principal de este libro -nos cuenta Z. Bauman- son las relaciones humanas. Los protagonistas de este volumen son hombres y mujeres, nuestros contemporáneos, desesperados al sentirse fácilmente descartables y abandonados a sus propios recursos, siempre ávidos de la seguridad de la unión y de una mano servicial con la que puedan contar en los malos momentos, es decir, desesperados por 'relacionarse'. Sin embargo, desconfían todo el tiempo del 'estar relacionados', y particularmente de estar relacionados 'para siempre', por no hablar de 'eternamente', porque temen que ese estado pueda convertirse en una carga y ocasionar tensiones que no se sienten capaces ni deseosos de soportar, y que pueden limitar severamente la libertad que necesitan -sí, usted lo ha adivinado- para relacionarse....
    En nuestro mundo de rampante 'individualización', las relaciones son una bendición a medias. Oscilan entre un dulce sueño y una pesadilla, y no hay manera de decir en qué momento uno se convierte en la otra. Casi todo el tiempo ambos avatares cohabitan, aunque en niveles diferentes de conciencia. En un entorno de vida moderno, las relaciones suelen ser, quizá, las encarnaciones más comunes, intensas y profundas de la ambivalencia. Y por eso, podríamos argumentar, ocupan por decreto el centro de atención de los individuos líquidos modernos, que las colocan en el primer lugar de sus proyectos de vida" (pág. 8).
    Continua el autor: "Las 'relaciones' son ahora el tema del momento y, ostensiblemente, el único juego que vale la pena jugar, a pesar de sus notorios riesgos... [los] contemporáneos están dispuestos a la amistad, a establecer vínculos, a la unión, a la comunidad. De hecho, sin embargo..., la atención humana tiende a concentrarse actualmente en la satisfacción que se espera de las relaciones, precisamente porque no han resultado plena y verdaderamente satisfactorias; y si son satisfactorias, el precio de la satisfacción que producen suele considerarse excesivo e inaceptable..." (pág. 9).

domingo, 10 de marzo de 2013

SENTIRSE BIEN

Vicktor Frankl observó que la psicología había estado los últimos cincuenta años excesivamente cerrada en una preocupación: había centrado su atención casi exclusivamente en la mente y el cuerpo humanos. Frankl expresó su esperanza de que en los próximos cincuenta años se produjera una preocupación igual por el olvidado espíritu humano. Sabemos qué ocurre cuando la mente o el cuerpo son privados del alimento necesario; inexplicablemente, sin embargo, hemos ignorado el hambriento espíritu humano. Hemos silenciado selectivamente las persistentes preguntas del espíritu humano: de dónde venimos, qué somos y adónde vamos. El cuerpo y la mente son partes esenciales, interrelacionadas e interactivas de nuestra naturaleza humana, pero también lo es el espíritu.
    Nosotros, como humanos, no solo somos espíritus, almas necesitadas de salvación. También somos mente y cuerpo, y nuestro viaje por la vida estará lleno de sobresaltos si tratamos de ser espirituales sin tratar de ser humanos. La teología tendrá que incluir de alguna manera una consideración de lo humano, lo mismo que la verdadera psicología tendrá que atender a la parte espiritual del compuesto humano. (John Powell, Prólogo, en: Martin H. Padovani, Cómo sanar relaciones y sentimientos heridos, EVD, Estella-Navarra 2010). Es necesario reafirmar lo que dice este autor.
    Comenta J. Powell que Martin Padovani nos ayuda a vernos a nosotros mismos en las tres dimensiones: cuerpo, mente y espíritu. Y añade: "Él nos ayuda a entender la necesaria compatibilidad entre psicología y fe. Nos habla de una fe religiosa que ayuda: la que integra sentimientos y fe en una armonía total. Nos previene contra la fe religiosa que puede ser dañina... Como el autor, yo también veo que gran parte del sufrimiento humano es 'inútil'. Veo un cúmulo de sentimientos no expresados encarcelando a seres humanos torturados. Veo gente tratando de ser religiosa sin poner el mismo empeño en ser humana. Y, por supuesto, veo gente tratando solo de ser humana, como si la psicología fuera la única salvación. Ambas ilusiones pueden dar como resultado tristeza y desilusión".
   Aquí no hay vuelta de hoja. O nos sentimos "dueños" de nuestra vida o nos pasamos la vida "inculpando" a los demás de nuestras desgracias. Para ser dueños hemos de descubrir "el sentido del valor personal, que es la columna vertebral de la identidad humana y la base esencial de la alegría humana". Lo que presupone, en segundo lugar, tener un sentido de responsabilidad personal. En definitiva, según John Powell, "o aceptamos una responsabilidad personal por nuestras vidas, como dueños de nuestras acciones y reacciones, o echamos la culpa de ellas a los demás". Por el primer camino, entramos en contacto con nuestros espacios interiores, cada vez más profundos, encontrando un mayor cúmulo de satisfacciones. Por el segundo, vamos por la vida poniéndonos trampas y "deshaciendo entuertos". Quien insiste persistentemente en eludir la responsabilidad, acaba sintiendo el cansancio y el peso de la vida, limita seriamente su potencial de autoconocimiento y, por tanto, nunca se conoce a sí mismo. Es la conclusión de un maestro del espíritu.